1. Precedentes
Hemos visto en el tema anterior cómo un grupo social, la burguesía, protagonizaba cambios económicos y políticos que harán tambalear la estructura social y llegarán a detentar el poder que lo utilizarán para sus propios intereses. Se apropiarán del proceso científico y técnico del siglo XVIII para sus propios intereses para acabar con las viejas estructuras productivas (gremios) y comerciales (mercantilismo) e introducirán esta tecnología y los inventos al servicio de una producción mucho más racional que les permitiŕá una mayor acumulación de riquezas y excedentes. El capitalismo económico y el liberalismo político serán sus herramientas ideológicas que utilizarán para incrementar su capital y propiedades.
La otra cara de la moneda venía representada por el proletariado urbano, la mano de obra para las nuevas fábricas que generó un nuevo perfil social. Esa otra cara de la moneda estaba formada inicialmente por trabajadores sin ningún tipo de derechos ni acceso al poder político y se vieron en la necesidad de organizarse en sindicatos para mejorar sus situación laboral y por unas condiciones de vida dignas. También tuvieron sus ideologías en defensa de una igualdad política, social y económica:
- los socialistas utópicos en primer lugar
- el socialismo científico y el anarquismo a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Ellos fueron los "revolucionarios".
2. Nuevos tiempos, nuevos problemas sociales
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La era del humo. Imagen de Robert Havell Wikimedia Commons, Dominio Público. |
Tal vez la imagen que puedes haberte hecho hasta el momento de los enormes cambios que se vivieron en la mayor parte de Europa durante el siglo XIX es positiva. Si es así, puede que tengas razón, pero sólo en parte.
Nadie pone en duda que si miramos a grandes rasgos la situación de los países europeos a comienzos y a finales del siglo XIX las mejoras y avances habían sido notables en casi todos los terrenos:
- La producción económica se había multiplicado.
- La población de Europa había aumentado notablemente, gracias sobre todo a las mejoras en la producción y distribución de alimentos y a los avances sanitarios e higiénicos.
- La producción a gran escala de nuevos bienes de consumo hacía la vida más confortable a muchas personas.
- La revolución de los medios de transporte favorecía el intercambio de mercancías, personas e ideas.
- .... y muchas cosas más.
Vale. Damos por buenos todos estos avances y mejoras. Pero ¿qué crees que opinarían del liberalismo y de la Revolución Industrial las personas, hombres y mujeres, adultos y niños, que trabajaban en las primeras fábricas que se iban construyendo, o en las primeras minas de carbón a gran escala? ¿Vivían mejor que sus antepasados campesinos? ¿Se beneficiaban en algo del crecimiento de la economía? ¿Disponían en sus casas de los productos cada vez más variados e ingeniosos que salían de las fábricas en las que trabajaban?
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Obreros a la salida de las fábricas. Comienzos del siglo XX. Imagen de Wikimedia Commons. Dominio Público. |
En este tema vamos a tratar el lado oscuro de la Revolución Industrial y del liberalismo del siglo XIX. Oscuro de una parte en un sentido figurado, porque trataremos sobre personas que vivían en condiciones infrahumanas, sometidas a una explotación bestial que comenzaba en su más tierna infancia. Pero oscuro también en un sentido literal, porque el negro era el color que impregnaba los sucios harapos de esta gente, las tristes fachadas de sus miserables viviendas e incluso sus pulmones, debido al humo constante que vomitaban a su alrededor las chimeneas de las primeras fábricas, que quemaban constantemente carbón.
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Niños mineros estadounidenses. 1900. Imagen de Lewis Wickes Hine en Wikimedia. Dominio Público |
Y es que el siglo XIX, entre tanto invento y novedad, trajo también una nueva categoría de personas a la que se dio el nombre de proletariado. Aunque la burguesía puso el dinero y el conocimiento que se necesitaba para invertir en el progreso, nada se hubiera avanzado si millones de trabajadores y trabajadoras de Europa no hubieran puesto al servicio del progreso su única posesión, sus cuerpos, que eran explotados en los primeros tiempos de la industrialización en jornadas laborales de 14 horas y más a cambio de salarios que, con suerte, permitían a las familias proletarias no morir de hambre, siempre y cuando todos los miembros de la familia, niños y niñas incluidos, trabajaran.
Vamos a abordar en este tema aspectos duros, que deberían herir la sensibilidad de cualquier persona. Entre otras cosas porque en España mucha gente de la generación de nuestros mayores vivió situaciones de explotación y miseria no muy distintas a las que veremos. Ya nada puede hacerse por ellas, salvo rendirles un sentido homenaje por lo mucho que debemos los españoles y españolas de hoy a su sacrificio.
Pero todavía más debería herir la sensibilidad de cualquier persona el constatar que en el siglo XXI casi dos terceras partes de la humanidad vive en condiciones no mucho mejores que el proletariado europeo del siglo XIX.
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Niño minero. Bolivia 2008. Imagen de Knoticia. Dominio Público. |
2.1. Jornada laboral, salarios y coste de la vida.
En los primeros tiempos de la industrialización, la ausencia de leyes estatales que regularan las condiciones de trabajo hacía que éstas quedaran en manos de lo que los patronos estuvieran dispuestos a exigir y los obreros dispuestos a aceptar. Partiendo de la base de que no faltaba gente en situación desesperada que competía por conseguir un empleo a cualquier precio, las condiciones de trabajo en cuanto a jornada laboral y salarios eran penosas para la clase obrera.
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Mineros recogiendo el jornal del día. Fotograma de la película Qué verde era mi valle. Elaboración propia. |
La jornada normal de trabajo en las primeras fábricas y minas modernas duraba entre doce y catorce horas (a veces más). En las sociedades campesinas del Antiguo Régimen, por comparar, no era normal trabajar tantas horas, sobre todo porque en el campo era la luz solar la que establecía la duración de la jornada. La expresión "trabajar de sol a sol", por dura que pueda sonar, se refiere a una jornada de trabajo inferior a la de los primeros tiempos de la Revolución Industrial, ya que en las fábricas y minas la luz artificial permitía prolongar las jornadas de trabajo. El único límite era la capacidad de resistencia física de los trabajadores y trabajadoras.
En cuanto a los salarios de la clase obrera, como puedes imaginarte, eran tan bajos como alguien pudiera llegar a aceptar. Podrías pensar que los obreros iban teniendo subidas salariales a medida que aumentaban los beneficios de sus patronos, pero sucedía todo lo contrario. A mayores beneficios, los patronos tenían más posibilidad de invertir en nuevas máquinas que permitían reducir el número de trabajadores necesarios. Ante la posibilidad del despido, normalmente, los trabajadores aceptaban reducciones de sus salarios, ya de por sí bajos.
Los datos que conocemos sobre los salarios de la clase obrera en el siglo XIX te dirían muy poco por sí solos, ya que si no puedes comparar con el coste de la vida en la época es difícil establecer hasta qué punto eran bajos. Lo mejor es reflexionar con datos reales de salarios y coste de la vida en España a mediados del siglo XIX y que pongas a prueba tu competencia matemática para hacer cálculos.
Pregunta de Selección Múltiple
Lee los siguientes documentos y contesta las preguntas que se plantean a continuación.
1. Declaraciones de la niña Sarah Gooder, de ocho años de edad. Testimonio recogido por la Comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas inglesas en 1842.
"Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me duermo nunca. A veces canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a la escuela los domingos y aprendo a leer. (...) Me enseñan a rezar (...) He oído hablar de Jesucristo muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina."
2. Fragmento de la novela Cibyll, de Benjamín Disraeli (1845). Sobre el trabajo de niños y niñas en las minas inglesas de la época.
De la mina sale su mineral y del pozo sus siervos [...] bandas de jóvenes ¡ay! de ambos sexos, aunque ni su ropa ni su lenguaje indican la diferencia; todos llevan vestiduras masculinas; y juramentos que podrían hacer estremecer a hombres brotan de labios nacidos para pronunciar palabras de dulzura. Sin embargo, éstas han de ser -algunas lo son ya- las madres de Inglaterra. Pero ¿podemos asombrarnos de la repugnante grosería de su lenguaje si recordamos la fiera rudeza de sus vidas? Desnuda hasta la cintura, una muchacha inglesa, durante doce y a veces diecisiete horas diarias, tira ayudándose de manos y pies de una cadena de hierro que, sujeta a un cinturón de cuero, se arrastra entre sus piernas enfundadas en pantalones de lona, para transportar cubetas de carbón que salen de los caminos subterráneos, oscuros tortuosos y enfangados: circunstancias que parecen haber pasado inadvertidas a la Sociedad para la Abolición de la Esclavitud Negra. Estos dignos caballeros parecen haber permanecido también curiosamente inconscientes de los sufrimientos de los pequeños trappers (niños encargados de abrir y cerrar los portillos de las minas), cosa notable, pues muchos de ellos eran sus propios empleados.
Ved también a éstos salir de las entrañas de la tierra. Niños de cuatro y cinco años de edad -muchas niñas también- lindos y todavía dulces y tímidos; se les han confiado las funciones de más responsabilidad, cuya índole les obliga a ser los primeros en entrar en la mina y los últimos en abandonarla. Su trabajo en verdad no es severo, pues eso sería imposible, pero transcurre en la oscuridad y en la soledad. Pasan horas y horas, y todo lo que trae a los pequeños trappers el recuerdo del mundo que han dejado y del mundo en que se han sumergido es el paso de las vagonetas de carbón para las que abren los portillos de las galerías que impiden las corrientes de aire, y de cuyo mantenimiento constantemente cerrados, excepto en ese momento de paso, dependen enteramente la seguridad de la mina y la vida de las personas empleadas en ella.
ACTIVIDADES
Pregunta de Elección Múltiple


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